lunes, 23 de diciembre de 2013

Pienso

Pienso ahora en los recuerdos tan lisos, tan transparentes, tan huecos. Pienso ahora en ellos mientras disfruto con el pasar de los postes, de los campos y de las casas engullidas por un horizonte que me mantiene la mirada. Pienso en aquel almuerzo y me doy cuenta de que ya apenas existen lugares reales: Lugares que no sean franquicias. Se llevaron la panadería de la Señora Teresa, convertida ahora en un bazar chino. Desapareció, y de eso hace más años, el quiosco de la Mustiam, que igual que vendía patatas, periódicos y tabaco. También se fueron las tiendas de comestibles, los relojeros, los zapateros...

Llegará el día en que todo acabe por una franquicia: el aire, los paisajes, las sensaciones, los sentimientos...todo, absolutamente todo. Todo ya escogido, todo adaptado a una vida justa, apresurada. 


Todo incluido: entrar, hacer cola, pedir dentro de un listado establecido, cobrar por adelantado, recoger la bandeja, comer y leer los carteles de "NO SE SIRVE EN LAS MESAS" Y "¿LO TIRA USTED MISMO? GRACIAS...



Abandoné

Abandoné aquel viernes, ayer mi vida.
Llevo ya tres horas caminando entre árboles, tierra y nubes, sin ser capaz de adivinar un final que creo que se acerca, pero no intuyo. La senda, que hasta ahora era apacible, se convierte en subida pronunciada; mi andar, que parecía decidido, se vuelve perezoso.
Comienzo ascender con la esperanza de que arriba esté el primer lugar al que me dirijo, la primera etapa de un viaje sin desenlace. Y mientras subo, la noche vigila en la soledad de un lugar que no conozco.
Qué lejos quedan ahora los ruidos de una ciudad demasiado grande; el humo que, soñando ser niebla, nos envolvía cada mañana; el tráfico de vehículos capaz de dejarnos en un segundo plano; la velocidad de una rutina disfrazada de vida; qué lejos todo y a la vez qué cerca en mis recuerdos.
He recordado una historia ultilizando fue, pasó, estuvo...cuando debería haber ultilizado ha sido, ha pasado, ha estado...He ultilizado demasiados aqueles intentando olvidar que todo aquello-que todo esto-acabó ayer mismo.He intentado engañar a mi mente ultilizando pasados, he intentado creer que todo ocurrió hace mucho tiempo, he intentado creer que no tuve otra vida que la que ahora recorro: subiendo, a través de árboles, tierra y nubes.



lunes, 9 de diciembre de 2013

África

África despierta, comienza a rugir. A veces suena como una viola o un violonchelo, pausada y profunda elegante e inalcanzable. Otras como un vetusto acordeón con el fuelle rasgado, atropellada, desentonada, África crispante, patética. Tristísima. En ocasiones retumba  cómo el ámbar, el diamante, o la esmeralda, otras tiene el hosco aspecto del carbón o el perdernal, del estiércol. Todo en sus vastos territorios parece peregrinar a medio camino entre el milagro o el desastre, trotar sin freno por el filo del abismo o estas asentado y detenido en la más absoluta y llana pereza.. Nada más pisar suelo notas nítido bajo sus pies el pesado girar de la tierra, la sorda vibración de su parsimonioso mecanismo. Un rumor sordo y profundo, casi imperceptible, que hace tremar levemente toda la superficie y todo cuanto hay sobre ella, incluida tu alma. Allí puedes sentir, como en ningún otro lugar, el verdadero paso de la gravedad, esta fuerza misteriosa que nos mantiene pegados a la esfera. Una marea de sudor salobre corrobora nuestra condición de seres hechos de agua y sangre. Cuando descansas recostado en su suelo, algo en el aire, en la tierra, un raro magnetismo, te hace sentir si estás cabeza abajo mirando al sur, atravesado de este a oeste, o bien orientado al norte. África te aturde con sus fulgores y te aterra con sus tinieblas. Vivirla, sentirla, contemplarla, te taladra los sentidos, para bien o para mal, agotándolos dejándolos exhaustos. Es absolutamente deslumbrante hasta en la más absoluta oscuridad. La mirada no está acostumbrada a tanta y tan rara belleza a tanta y tan inaudita fealdad. El oído no puede abarcar todos los matices sonoros sin inquietarse, sin aterrorizarse en sus sordinas de muerte o ensordecer en el retumbar de sus exaltados alborotos y atabales. Sin hechizarte en los extravagantes cantos de las aves, en los insólitos sonidos que decoran  silencios, provengan de las bestias o los hombres. Puedes enloquecer en el sigilo de sus arcanos desiertos de arenas, pedruscos o forestas. Es imposible no alucinarse en los hipnóticos ritmos de sus músicas y sus danzas, en el latir de los tamtanes que acompasan la vida... que son todo para los africanos, carta, corazón y campanario. Su aroma puede embriagarte como los más delicados inciensos o perfumes o demolerte asfixiado en aires definitivamente fétidos, en la esencia misma de la putrefacción. Su piel tiene el tacto suave del márfil bruñido o la seda más fina, pero también todas las asperezas que uno pueda imaginar ajando su corteza. Lamerla, saborearla, puede llevarte al éxtasis o matarte de asco y de sed. Puedes morir de calor o de frío, de pena o alegría, de dolor o placer.No hay términos medios en África, no hay tibiezas, todo allí vive o muere en contrastes imposibles, bellísimos o repugnantes, mansos o feroces. Celosa de sus secretos, de su realidad, de sus fantasías, de su tiempo, se contrae o se dilata dependiendo de cómo vengan los días y las noches. En sus relojes un tictac no dura un segundo, todo sucede mucho más veloz o de forma exasperantemente lenta. El espacio que separa nacimiento y muerte suele ser efímero, tal vez las vidas africanas transcurran siempre lánguidas, en algo delirantes. África, aparentemente ocupada en hacer nada, no concibe la prisa, ni frecuenta en exceso la eficacia o la justicia. No espera ser comprendida, su verdadero ser no es de nuestra incumbencia, no es atributo de los blancos alcanzarla, entenderla. Sólo se abre, y sólo en parte, ante aquellos que sabe que se acercan para amarla, para venerarla con humildad, con enorme respeto, sin hacer demasiadas preguntas, pues ella no encontraría respuestas que ofrecernos. África parece vivir eternamente condenada al peor de los tribalismos, a la más infame de las desesperaciones, al hambre o las hambrunas más atroces. Ahogándose siempre en la sed insaciable y el los anhelos imposibles. Asida con aparente ingenuidad a las impúdicas manos de gobernantes casi siempre corruptos y crueles. Caminando o nadando con torpeza en el más abundante sufrimiento que uno pueda imaginar.




David Cantero
"El hombre del Baobad"