jueves, 24 de julio de 2014

Por todo esto

Según me ha mostrado mi propia experiencia, y algunas ajenas que he tenido ocasión de conocer con cierta profundidad gracias a mi trabajo, la vida tiene una deplorable felicidad para convertirse en algo feo e insatisfactorio. Lo peor del asunto es que, cuando le da
por ahí, uno no sabe hasta donde pude llegar, porque otra de las cosas que tiene la vida, es que no reconoce los límites que uno quisiera imponerle para conjurar la angustia y el terror. A partir de esta constatación, varía mucho la actitud que toma cada cual. Hay gente que se sume en la tristeza, y gente que busca consuelo en alegrías artificiales, entre el surtido de ellas que nuestro moderno sistema de distribución y suministro de mercancías expende a quien pueda pagarlas. Hay quien decide enfrentarse a la existencia con una visión pesimista, pero también quien de forma inopinada se convierte al más férreo optimismo.
La cosa empezó a cambiar cuando me puse a convivir de forma efectiva con el desastre, y terminó de invertirse cuando la muerte se convirtió en mi compañía y mi ocupación cotidiana. Desde entonces soy un optimista contumaz. Ver truncarse las vidas, con todo lo que la vida llega a contener, y verlas truncarse por motivos absurdos o irrisorios, y de forma a veces atroces y desdichadas, despierta en uno una inevitable desconfianza hacia los semejantes, pero también una necesidad incontrolable de proteger y alimentar a cada segundo la ilusión de vivir. Aunque sea estúpida, y frágil, y aunque los días y las noches te ofrezcan tantas razones para perderla.
-Lorenzo Silva-


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