miércoles, 3 de septiembre de 2014

Corazón


Quizá nuestra vida no habría llegado a estos niveles de degradación.
Quizá mis hijos serían felices.
Quizá hoy estaríamos, él y yo tranquilos, contando estrellas, o caminando cogidos de la mano viendo la vida pasar, o leyendo un libro en silencio mientras nuestros hijos se van haciendo adultos. Sintiéndose todos seguros de pertenecer a una familia donde el amor, el respeto y la cordura son los verdaderos valores que cuentan.
Quizá...
Pero ¿de qué sirve ahora lamentarse de aquello que no pasó? El mundo está lleno de hubieras, quimeras y quejas. Frustraciones amontonadas y oxidadas; millares de esqueletos sin enterrar, que sólo sirven para acusar en silencio y dar pena.
Un monumento a los que fracasaron sin intentarlo, salvo alguna triste o melodramática novela que leerán los últimos románticos trasnochados, o alguna obra de teatro para ser interpretada en un local de mala muerte, a precio de saldo, delante de cuatro ilusos desprogramados.
¡Vaya gracia!
Después de pegarte el batacazo, cuando la piel del alma y del cuerpo se te han marchitado y ya has dejado de creer en la vida, va y te llega la lucidez. Te llega cuando los acontecimientos han cambiado. Hoy no es ayer. Aquel ímpetu de creer que te comerías el mundo ha ido languideciendo. No tienes la edad que tenías cuando sentías lo que sentías, ni el corazón limpio e ingenuo. Ha entrado la razón, como okupa, a adueñarse de todo, hasta de tu conciencia.
-Ángela Becerra-


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