miércoles, 5 de agosto de 2015

Contemplas escenas vividas




Hay momentos que creías perdidos, pero que, sin querer, recuperas. Aquel gesto que la ausente repetía a menudo, la forma de mover su pelo, la sonrisa en los ojos o en la comisura de los labios. Unas frases que dijo, en una ocasión, y que sirven para que el recuerdo se perfile.
Hay situaciones que habías borrado y que se presentan en forma de secuencia en el pensamiento. Entonces tú eres un espectador,contemplas escenas vividas, cuando participabas en ellas de lleno.


Todo ello te pesa en el cerebro, te tiemblan las sienes. Tienes la sensación de que no vas a poder soportar la insistencia de los recuerdos. Por otra parte-contradicciones inútiles-, no quieres que el sentimiento muera. ¿Qué quedará del amor, si permites que huya? Lo descubres con un temblor en el corazón y piensas que debes preservarlo. Entonces cambias de actitud. Te esfuerzas para que las cosas que formaron parte de la vida de la otra persona se instalen en tu vida. Miras su retrato y piensas que no quieres olvidar sus rasgos.

-Maria de la Pau Janer-



El abuelo




Mi abuelo tenía los huesos y el corazón de cristal. Los huesos le anunciaban el mal tiempo, cuándo iban a venir vientos y lluvias. El corazón llevaba años callando, temeroso por romperse en cualquier movimiento. Lo adiviné observando sus gestos de hombre miedoso que sabe hasta qué extremo la vida duele. Aquella existencia, que se había imaginado generosa cuando era un médico joven, pero muy pronto descubrió que era adversa.
Lo he imaginado a menudo: hay dolores que son punzadas. Nos deshojan la piel como si fuéramos las ramas de un árbol en primavera, hasta que no queda más que el esqueleto del árbol florido. Suelen ser hirientes y rápidos. La intensidad es proporcional a lo que dura: a más breves, más intensos. Tras el aguijón inicial mueren, y dejan un recuerdo poco grato.


Hay otros dolores que tienen ritmos larguisímos. Se instalan en nuestro cuerpo y lo transforman. Llegan a confundirse con el aliento, con las huellas que marcan en el suelo, con nuestra sombra. Cuando el dolor alcanza nuestra sombra, todo es inútil. No valen los esfuerzos para vencerlo, porque tan sólo sabremos enmascararlo. Daremos con un disfraz que nos ayude a convivir con él, que permita que paseemos por las calles sin llamar mucho la atención, que tengamos un aspecto vulgar, que nadie pueda confundirnos.

-Maria de la Pau Janer-