miércoles, 5 de agosto de 2015

El abuelo




Mi abuelo tenía los huesos y el corazón de cristal. Los huesos le anunciaban el mal tiempo, cuándo iban a venir vientos y lluvias. El corazón llevaba años callando, temeroso por romperse en cualquier movimiento. Lo adiviné observando sus gestos de hombre miedoso que sabe hasta qué extremo la vida duele. Aquella existencia, que se había imaginado generosa cuando era un médico joven, pero muy pronto descubrió que era adversa.
Lo he imaginado a menudo: hay dolores que son punzadas. Nos deshojan la piel como si fuéramos las ramas de un árbol en primavera, hasta que no queda más que el esqueleto del árbol florido. Suelen ser hirientes y rápidos. La intensidad es proporcional a lo que dura: a más breves, más intensos. Tras el aguijón inicial mueren, y dejan un recuerdo poco grato.


Hay otros dolores que tienen ritmos larguisímos. Se instalan en nuestro cuerpo y lo transforman. Llegan a confundirse con el aliento, con las huellas que marcan en el suelo, con nuestra sombra. Cuando el dolor alcanza nuestra sombra, todo es inútil. No valen los esfuerzos para vencerlo, porque tan sólo sabremos enmascararlo. Daremos con un disfraz que nos ayude a convivir con él, que permita que paseemos por las calles sin llamar mucho la atención, que tengamos un aspecto vulgar, que nadie pueda confundirnos.

-Maria de la Pau Janer-

No hay comentarios:

Publicar un comentario