sábado, 14 de mayo de 2016

Las cosas del campo





Cuando florecen las encinas hay que temblar. Se anuda la delicia en la garganta. Hay un estremecimiento y el árbol comienza a vestirse, y toda aquella dureza, se expresa en purísimo temblor, en goterones de ternura que la llenan toda, que la ponen como llovida de belleza, enmelada, soñadora, sauce sin río en el monte, con toda la fuerza de la encina y la melancolía del sauce.
Las encinas no se conocen a sí mismas cuando florecen. Componen una figura patética en el paisaje y teme uno que ni los pájaros ni los viandantes las tomen en serio y les suceda como a los gigantes enamorados que pierden el tino y el peso.




Luego quisiera uno guardar el momento, conservar el temblor, detener el fruto y quedarse para siempre bajo tanta gracia y brío. Pero las noches de primavera suelen destemplarse y no se puede prolongar el crepúsculo bajo una encina florecida. Vendrá el relente y nos herirá la espalda y habremos de abandonar tanta hermosura a la noche.

José Antonio Muñoz Rojas

Buenas Noches a todas las personas que comparten conmigo mis días!!!






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