En la vida hay días mágicos. Seguramente tan mágicos como cuándo mamá, Liz y yo cruzábamos aquel espeso bosque de pinos que nos llevó a casa del acantilado y empezamos a vivir la vida de otros, de los que habíamos soñado ser. Días en los que todo sucede.
Y allí estaba. En Roma de nuevo y con mamá ya dormida en casa con su Francesco, con la tranquilidad de haber cenado bien, juntos alrededor de una mesa llena de recuerdos.
A veces, los faros, aunque vacíos de luz, iluminan más.
Saber que están es suficiente.
Yo fui el faro de mamá cuando entraba oscuras en mi habitación a dejar sus notas escritas sobre mi almohada. No necesitaba entonces luz alguna para encontrarme. Hoy ya sé que yo tampoco necesito ninguna.
Está.
Está.
Estoy,.
Estuve.
Estamos.
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